martes, 22 de diciembre de 2009

Abuelo inmigrante

Busqué en el fondo de tus ojos azules el mar que despojó parte de tu alma, mar en el que dejaste tus miedos y tu infancia, tu inocencia de niño, tus abrigos y quizás sin darte cuenta también ahí te quedaste.
Busqué tu casa y tu madre, tras tu mirada perdida en un caliente plato de sopa.
Busqué en tus pájaros encerrados la libertad de elegir, libertad que no te dieron cuando te obligaron a subir a ese barco, porque era la única salida.
Busqué en la caricia al batón de la vieja, todas las caricias que no pudiste dar, esas que por más que tu alma estiraba, no llegaban hasta Italia.
Busqué en tu silencio, al mostrarme el pañuelo marrón que llevaba tu padre al morir en la guerra.
Busqué en tu sonrisa cuando nos hacías bailar tarantelas en las noches de navidad.
Busqué en tu mano tibia áspera de arena y cal, que me sostenía al cruzar la calle, camino a la panadería donde me regalabas mis deseados sacramentos.
Busqué en tus tardes de verano, donde cómplices compartíamos bajo la parra, una tajada de sandía que chorreaba en mis dedos pequeños y en tu pantalón marrón.
Busqué en las tantas canciones que alegraban mis mañanas.
Busqué en la variedad de tus flores que regabas sigiloso a las seis de la tarde cuando se ponía el sol.
Busqué en la chata donde me cargabas y nos íbamos de aventuras al campo, donde los higos eran nuestra meta única.
Busqué en tu ventana, en tu forma de decir “pacarito”, en los mates que me hacías cebar, en tu despertador a las 6 de la mañana, en el humor que de vos heredé, en tus gorras, tus camisetas mallas, tus calzoncillos largos, en tu brocha de afeitar, tu olor a jabón, tu pasión por los velorios.
Te busqué en tu habitación una mañana de junio, la parra sin uvas dejaba caer sus hojas secas en forma de lágrimas, el viento acompañaba mi tristeza.
Busqué el camino de tu mirada que ya no veía, busqué tus huellas, las necesitaba, mis diez años eran muy pocos para que me dejes sola, busqué el pañuelo salido del bolsillo de tu pantalón, busqué, te busqué en vano, porque entonces comprendí que ese día hallaste la manera de regresar a tu tierra.


María Isabel Bordignon. 2007 Villa Constitución.

3 comentarios:

  1. Conmovedor!
    Yo tuve un abuelo criollo, de rastra a la cintura y pañuelo al cuello para ir a pasear en sulqui al pueblo los domingos, que decía que no hay que morirse nunca, porque todos los días se aprende algo nuevo. Pero un día se murió, y todavía lo extraño.
    Muy bueno el blog!

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  2. William muchas gracias por la ayuda y por las palabras..!!También tuve un abuelo criollo, pero no tuve el placer de conocerlo, aunque mi madre se encanrgo de que lo quisiera mucho!

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  3. ¡Qué homenaje a un grande y a lo grande!
    Hay que serlo para ser recordado de esta manera.
    Felicitaciones por el blog y besos

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