sábado, 26 de diciembre de 2009

Si estuvieras, si pudiera..

Si estuvieras al alcance de mis manos y pudiera acariciar tu tristeza…
Si pudiera con un beso de amor, matar el gesto amargo de tus labios…
Si mi pecho pudiera protegerte de esquirlas que lastiman…
Si mis brazos fueran llaves que te sacan de tu encierro…
Si mis ojos pudieran sumergirse en tus carencias…
Si mis pasos pudieran predecir tus huellas…
Si mi estrella pudiera iluminar tu infinito…
Si mi lluvia pudiera regar tus heridas…
Si mi sombra pudiera contemplar tus sueños…
Si mi llama pudiera consumir tus témpanos…
Si mi brisa pudiera alejar tus hojas secas…
Sabrías que estoy empezando a amarte…
Si tu tristeza se escurriera entre mis dedos…
Si tus labios incitaran a mis besos…
Si tu pecho descansara en el mío…
Si tu encierro se limitara a mi abrazo…
Si tus carencias se nutrieran en mis ojos…
Si tus huellas esperaran a mis pasos…
Si tu infinito abrigara a mi estrella…
Si tus heridas florecieran en palabras…
Si tus sueños matizaran a mi sombra…
Si tus témpanos derretidos apagaran mi fuego
Si tus hojas secas crujieran bajo mis pies desnudos en otoño,
Sabría…. Que estás empezando a amarme…

Incoherencias..

¿Podré cerrar mis oídos al bullicio exterior? ¿Podré sólo escuchar el grito desgarrador en mi mente? ¿A ese espíritu que anida en mi alma y que deambula por mi ser pidiendo justicia?
¿Justicia para quien? ¿O para cuantos? ¿Sirve en este caso la cantidad?
¿No basta con saciar un estómago hambriento?
¿No basta con cobijar una espalda pequeña tiritando de frío?
¿Es egoísmo o es ambición anhelar cambiar todo en vez de intentar cambiar algo?
Y otros sin embargo solo piensan en cambiar sus propias cuestiones, abren sus bocas para decir incoherencias, no piensan en la orilla, solo en su centro, jamás ven el bosque, solo el árbol.
¿Como se humaniza a los humanos? ¿Como se les avisa que en su centro hay un corazón que debe sentir? que debe presentir los sufrimientos ajenos, que no son tan ajenos en cuanto a espacio y geografía.
Un corazón que tiene una reserva de palabras contenedoras, de caricias al alma, de un alimento no perecedero indispensable para el que carece.
¿Como se les abre los ojos a los dormidos, y se saca de foco su propio ombligo?

jueves, 24 de diciembre de 2009

La bella y el escritor

Siempre admiré su sencilla belleza, pasaba mis horas observándola mientas le escribía poemas, sin que mis ojos pidieran un descanso de su perfección, bella, siempre bella, belleza en su alma y en su corazón, en su cuerpo, en sus historias, en sus principios y en sus fines.
El departamento que compartíamos en Rosario, llenos de textos de estudio, libros de Cortázar, colillas de cigarrillos, galletitas de agua, picadillo, mate amargo y en la mejor época café, se empapaba todo de ella cuando llegaba, con su larga bufanda, sus bolsos cargados de obras, ropa y esperanzas.
Su cabello lacio castaño claro que jamás peinaba y ataba en una cola de caballo la convertía en la más sofisticada de las mujeres. Cabellos con aroma de almendras que empapaba mi espalda cuando me abrazaba. Detrás de sus anteojos, se ocultaba un mundo empapado de literatura.
Empapaba mis oídos con canciones de Serrat, empapaba mi ropa de perfume de jazmines cuando los distribuía en todos los floreros improvisados de nuestro hogar, botellas, tarritos, recipientes con las más diversas formas.
Me enloquecía verla desnuda, su piel tan blanca empapada en sudor cuando nos enredábamos entre sábanas, cuando nuestros cuerpos jugaban largamente, empapando a la luna de rubor.
Empapada en sangre cuando perdimos al hijo que esperábamos.
Empapada en lágrimas cuando comencé a descuidarla.
Empapada en perfume de pino, cuando dijo que volvió de cenar con su amiga, empapada de sexo, de otras caricias, empapada de engaño.
Empapada de rojo furioso, su color favorito, la última vez que la vi.
Empapados mis cuadernos y mis cuentos de tinta y arrepentimiento.
Empapados en el sudor de mis manos los barrotes de la celda que hoy me oprime, pagando mi deuda, conforme a los dieciocho cuchillazos que le di.

martes, 22 de diciembre de 2009

A buen entendedor.

Hoy desperté inspirada en ella,
no siempre es así, que quede claro.
A veces la busco en los rincones más recónditos de mi ser,
no se deja encontrar, pero sé que está en algún lado, latente.
Si estoy muy triste o impactada,
siento que me quedo sin ella, o que se atasca en algún sitio,
tal vez es atrapada por la fuerza de unos brazos que la aprisionan,
la dominan, y no la dejan llegar a mí.
A veces se toma su tiempo y como si nada la apurase,
aparece más tarde, parsimoniosa y paciente, dulce, tímida, pequeña,
como si recién asomara a la vida, vida que domina como si fuera suya.
Con el pasar de los minutos, va haciéndose más y más fuerte, osada,
enérgica, poderosa y muchas veces heroica,
porque podrán juzgarla y tildarla con miles de adjetivos pero no de cobarde,
cobardes son quienes abusan y la usan en contra de su voluntad.
Me grita o me susurra convenientemente,
dependiendo de lo que la situación requiera
se ahoga y atrevidamente se desahoga,
al hacerlo me da la paz que tanto le demando.
Da calor aun en el más frío de todos los inviernos,
Atraviesa y sin herir la carne, hace conocer el dolor.
Me hace feliz, le da más vida a mi vida, y la espío en todas sus moradas, en los paisajes de las páginas blancas o amarillas de algún libro,
haciéndome vivir cada una de sus tantas aventuras.
Puede embellecer con su simple pronunciación a la voz más ronca o áspera, convirtiéndola en almíbar.
No sale de mí como escapando de un peligro,
brota como si alguien plantara una semilla,
la regara con amor, la protegiera del viento y del sol con paciencia,
y un día como de casualidad, viera nacer,
entre sorprendido y maravillado el fruto de su esfuerzo.
Recién entonces trepa mi alma con el entusiasmo del niño que sube la escalera de un tobogán, para luego, respirar hondo y con esa sensación de estar volando deslizarse con el viento en la cara, y llegar a destino con una sonrisa imborrable en los labios.
Nada por los torbellinos rojos de mi sangre y
desde mi garganta se impulsa incontenible y se expresa, aparece espléndida como una princesa a la que nadie puede dejar de observar.
Cuando muere, resucita. Nadie puede contra ella.
Me endulza cuando danza con las melodías, me emociona, me envuelve en historias de amor, romanticismo, locura o muerte.
De vez en cuando es anciana sabia, atenta, consejera, pero cuando es joven, impulsa mis acciones, me arrastra en sus ideas, me lleva hasta las nubes…
Hoy me levanté con ella y quizás si tengo suerte y un poco de lucidez me dormiré con ella.
Y tal vez, solo tal vez si al despertar recuerdo que he soñado, sabré que jugó con mi memoria y con mis miedos, con mis deseos, mis pasiones, y mis carencias.
Y vendrá sigilosa, si tiene ganas, junto al primer rayo de sol que divisen mis ojos, a contármelo despacio en el oído.

María Isabel Bordignon

Esa noche...tampoco pude dormir.

Esa noche tampoco pude dormir, como hacía tantas. La aguja chica del despertador a cuerda señalaba el número seis. Inés dormía a mi lado agotada por la angustia que compartíamos con muchos otros. Me levanté.
Me puse las pantuflas, y una camisa de entrecasa, la de frisa, a cuadritos negra y gris. Con el pantalón largo celeste del pijama arrugado fui al baño. Miraba mi cara en el espejo, me debatía entre afeitarme o no, jugaba con la maquinita de afeitar roja, la gillette se resistía a salir y yo no tenía ganas de combatir con ella… combatir con nada.
Ya en la cocina prendí la hornalla, puse la pava, abrí la heladera, el frío que vino a mi cara me estremeció, el alma me estremeció. Saque la manteca y la cerré rápidamente.
Busque el pan, un cuchillo y me dispuse a hacerme un pan con manteca.
Prendí la radio. ¿Esperaría un milagro? Los ladridos que venían del patio acusaban el reclamo de la nuestra perra lali, por su paseo mañanero. La cocker negra demandaba su vueltita por la cuadra. Le abrí la puerta, salimos afuera y emprendió viaje hacia su rutina, todos los días visitaba la manzana, se revolcaba en el pasto lleno de rocío y volvía a la tibieza del hogar.
Mientras esperaba su regreso fui a apagar la pava, mientras comía el pan con manteca sentía culpa, la misma culpa al encender la leña de la chimenea. Ese fuego me hacia acordar a otros fuegos mortales, mi hambre me hacia recordar a otras hambres.
La noche anterior oí en la voz de José Gómez Fuentes que íbamos ganando.
Volví a acercarme a la radio cuando escuche la fría voz que congelaba mi sangre “comunicado del estado mayor conjunto, se comunica a la población…” lo de siempre, lo que me daba mala espina.
Recordé que lali estaba afuera y salí a buscarla, pensando en el noticiero 60 minutos y en que nos decían que íbamos ganando.
No podía verla, ni en una esquina, ni en la otra.
La radio me confundía, las noticias, el frío, el dolor de un pueblo, los hijos de ese pueblo.
El bulto oscuro en el medio de la calle me paralizó. Las orejas manchadas de sangre,
a medida que me acercaba, temblaba más, gritaba más. Mis manos estaban muy frías cuando me agarré la cabeza.
La cocker negra, negra como la bolsa en la que la puse para enterrarla.
Fui al baldío de la esquina, hice un pozo, y las lágrimas brotaban de mí como nunca, como cuando murió mi padre.
La enterré a lali, mientras la tapaba con tierra pensaba en otros entierros, la quería a la lali, sí, la quería, pero ya no lloraba por ella. Lloraba porque sabía que allá en el sur había niños enterrando otros niños, porque nos decían que íbamos ganando y no lo creía. Lloraba por cada frío, por cada hambre, por cada batalla, por cada bala, por cada dolor, por cada madre, por cada mentira, lloraba porque irremediablemente, no podía hacer otra cosa más que llorar.

Abuelo inmigrante

Busqué en el fondo de tus ojos azules el mar que despojó parte de tu alma, mar en el que dejaste tus miedos y tu infancia, tu inocencia de niño, tus abrigos y quizás sin darte cuenta también ahí te quedaste.
Busqué tu casa y tu madre, tras tu mirada perdida en un caliente plato de sopa.
Busqué en tus pájaros encerrados la libertad de elegir, libertad que no te dieron cuando te obligaron a subir a ese barco, porque era la única salida.
Busqué en la caricia al batón de la vieja, todas las caricias que no pudiste dar, esas que por más que tu alma estiraba, no llegaban hasta Italia.
Busqué en tu silencio, al mostrarme el pañuelo marrón que llevaba tu padre al morir en la guerra.
Busqué en tu sonrisa cuando nos hacías bailar tarantelas en las noches de navidad.
Busqué en tu mano tibia áspera de arena y cal, que me sostenía al cruzar la calle, camino a la panadería donde me regalabas mis deseados sacramentos.
Busqué en tus tardes de verano, donde cómplices compartíamos bajo la parra, una tajada de sandía que chorreaba en mis dedos pequeños y en tu pantalón marrón.
Busqué en las tantas canciones que alegraban mis mañanas.
Busqué en la variedad de tus flores que regabas sigiloso a las seis de la tarde cuando se ponía el sol.
Busqué en la chata donde me cargabas y nos íbamos de aventuras al campo, donde los higos eran nuestra meta única.
Busqué en tu ventana, en tu forma de decir “pacarito”, en los mates que me hacías cebar, en tu despertador a las 6 de la mañana, en el humor que de vos heredé, en tus gorras, tus camisetas mallas, tus calzoncillos largos, en tu brocha de afeitar, tu olor a jabón, tu pasión por los velorios.
Te busqué en tu habitación una mañana de junio, la parra sin uvas dejaba caer sus hojas secas en forma de lágrimas, el viento acompañaba mi tristeza.
Busqué el camino de tu mirada que ya no veía, busqué tus huellas, las necesitaba, mis diez años eran muy pocos para que me dejes sola, busqué el pañuelo salido del bolsillo de tu pantalón, busqué, te busqué en vano, porque entonces comprendí que ese día hallaste la manera de regresar a tu tierra.


María Isabel Bordignon. 2007 Villa Constitución.